Camino a la perdición (II)

Anselmo Carrasco
Anselmo Carrasco
Abogado. Crónicas de un Abogado de Oficio

El infierno son los demás”, Jean-Paul Sartre.

No hay más infierno para el hombre que la estupidez y la maldad de sus semejantes”, Marqués de Sade.

El mundo no está en peligro por las malas personas, sino por aquellas que permiten la maldad”, Albert Einstein.

El infierno no es un lugar infausto lleno de azufre y fuego, donde las almas se queman y sufren eternamente, azuzándolas los demonios con sus tridentes, como nos han hecho creer. El infierno para muchas personas está aquí, es un estado de agonía perpetuo, un miedo constante que no deja vivir, un sufrimiento implacable que termina por desencadenar la desgracia para muchos seres humanos aquí en la tierra, en vida.

La joven, Carla, condujo a Velasco a un callejón a unos metros del centro docente. Eran las traseras de unos edificios carentes de portales. Terminaba en una verja perteneciente a una nave abandonada, ideal para yonquis y mendigos. Señaló una papelera destartalada que hacía tiempo que no se vaciaba y Velasco miró en su interior. Observó que había un teléfono lleno de basura que tuvo que limpiar con un pañuelo. Intentó ponerlo en marcha pero no pudo.

            – No se moleste, no funciona – murmuró Carla.

            – Bien, me vas a contar todo lo que sabes – exclamó Velasco, guardándose el teléfono en el bolsillo, arriesgándose a que se cerrara en banda, y a sabiendas también que era ilegal interrogarla sin sus padres o tutores delante, pero le salió del alma.

La chica accedió y fueron a sentarse a un banco de un parquecillo situado a unos metros.

            – Yo no he hecho nada – comenzó la joven -. Yo solo tiré el teléfono. A mí no me contaron nada. Sólo me dijeron que se tiró por la ventana, nada más.

            – ¿Quién te lo dijo? – le preguntó el policía.

            – Soraya y las demás. Me dijeron que cuando llegaron a la clase, Edurne ya no estaba, que se asomaron a la calle y la vieron tirada abajo, en el patio, y que el teléfono estaba en la clase, roto en el suelo.

            – A ver. Empieza por el principio. ¿Qué pasó en ese aula?.

            – Entramos en esa clase porque sabíamos que estaba allí. Siempre iba cuando había alguna hora libre o en el recreo, y sabíamos que estaba sola porque su amigo se quedó en la biblioteca. Soraya me dijo que me quedara fuera, vigilando, al final del pasillo donde había mejor visión de las escaleras, y si venía alguien, me daba tiempo de sobra para avisarles – paró un momento tratando de recordar lo sucedido posteriormente. – Ellas entraron en la clase, pero no pasaron ni diez minutos cuando salieron corriendo de allí. Me dijeron lo que ya le he dicho. Me dieron el teléfono y me encargaron que lo tirara, que me deshiciera de él, y yo lo tiré en esa papelera tan escondida. Cuando supe que usted estaba investigando, fui a la papelera y vi que todavía estaba allí, después de tantos días.

            – ¿Cuántas chicas eran las que entraron allí?

            – Tres, pero la que manda es Soraya. Yo no quería hacerlo, pero me obligaron. Ya no podía más. Lo que le hacían a esa chica, al principio me divertía, pero ya no me gustaba tanto. La insultaban, la pegaban, pero siempre cuando estaba sola y nadie nos podía ver. Yo lo observaba, quería ayudarla, pero no podía. Yo las tenía miedo, me decían que si me chivaba harían lo mismo conmigo.

            – Pero chiquilla, ¿con qué intención subisteis al aula?

La joven le miró con vergüenza, y empezó a sollozar:

            – Yo creo que algo pasó, algo grave que no me han querido contar. Pero yo no escuché nada, estaba muy lejos, y me advirtieron que como contara algo me iba a enterar.

Le dio los nombres de las chicas, que coincidían con los que ya tenía. Tenía que ir a comisaría con sus padres para una declaración formal, y así quedaron. Velasco lo tenía cada vez más claro, tendría que detener a las chicas que participaron en esa emboscada. Podrían estar involucradas en la muerte de Edurne, pero antes quería saber el contenido del teléfono, por lo que pediría urgentemente a la policía científica que sacaran dicho contenido, para esa misma tarde.

Al día siguiente detuvieron a la pandilla de chicas y las condujeron a comisaría para declarar. Estaban los tutores legales de las mismas, y un abogado de oficio para cada una.

Declararon lo que Velasco ya conocía: que no sabían nada, que nada hicieron. Lo que desconocían era que mi amigo ya tenía el contenido del teléfono móvil y que había hablado con su amiga Carla, y cuando lo supieron, se desmoronaron, y, siguiendo el consejo de sus abogados, se acogieron a su derecho a no declarar y a hacerlo solo ante la autoridad judicial.

El procedimiento continuó. Hubo un acuerdo con la fiscal de menores, para sustituir la pena de internamiento por trabajos, y al final declararon culpables a Soraya y sus amigas por amenazas y coacciones, previa conformidad (reconocimiento de los hechos y una posterior rebaja de la pena), y les impusieron una pena de 100 horas de trabajos en beneficio de la comunidad, a someterse a programas formativos, y a pagar una indemnización a Edurne (en este caso a los padres) por daños morales. Carla salió absuelta, ya que el Juez de Menores consideró que actuaba bajo coacción. También condenaron al centro docente a una indemnización  por culpa in vigilando, ya que tenía la obligación de velar por los intereses de sus alumnos, y estar al tanto de las situaciones personales de éstos.

¿Cuáles fueron los hechos? ¿Qué ocurrió en realidad? Era un problema de acoso escolar o bullying, como se dice ahora. Edurne era víctima de este grupito de chicas lideradas por Soraya a la que enfilaron de una manera cruel. Ella lo sufría en silencio, por miedo o por vergüenza de ser la chica “distinta”, pero simplemente era una excusa, si no hubiera sido ella, habrían buscado a otra. Llevaba más de un año siendo el blanco de las acosadoras. La insultaban, la agredían e incluso llegaron a amenazarla de muerte. El día en que ocurrió todo, Edurne lo tenía todo orquestado. Había llegado al límite de su capacidad. Tenía la autoestima tan mermada y había llegado a tal grado de desesperación que no pudo aguantar más. Subió al aula en cuestión y una vez allí, realizó una grabación de voz que envió por wasap a su amigo. Luego se supo que éste lo recibió, pero no pudo abrirlo, le daba error y lo dejó estar. Le decía a Edurne tantas veces que no le enviara esas grabaciones, que una más no le dio importancia. Esta grabación decía entre sollozos:

“¡No puedo más! ¡Quiero dejar de sufrir, y no veo otra forma! Vivir así no es vida, prefiero la muerte. Soraya y las otras han conseguido que haga esta locura, que quede claro que ellas son las culpables ¡Dile a mis padres que me perdonen, y que les quiero, pero no puedo aguantar más! Sé que me espera el infierno, pero no creo que sea peor que lo que estoy sufriendo. ¡Perdóname tú también! ¡Has sido mi mejor y único amigo! Te quiero como a un hermano y mereces otra despedida, pero no tengo más remedio. ¡Hasta siempre!”

Dejó caer el móvil en el suelo, y se acercó despacio, aturdida, hacia la ventana. Una vez allí, dejó caer la mochila que tenía sobre su hombro y a continuación se dejó caer hacia el abismo. Murió casi inmediatamente por el fuerte golpe en la cabeza. Estaba sola, nadie lo vio, todos los de su clase estaban en la biblioteca. Al poco tiempo, entraron Soraya y sus compinches con la intención de seguir con su acoso, les producía placer ver a Edurne con ese sometimiento, pero se llevaron una sorpresa. Sabían que estaba allí, pero se encontraron la clase vacía, con el móvil de la víctima en el suelo. Lo cogieron y observaron que había un mensaje enviado. Lo abrieron y escucharon su contenido. Entonces se asomaron por la ventana y descubrieron a Edurne tirada en el suelo del patio, con un charco de sangre a la altura de la cabeza. Se pusieron nerviosas y decidieron inutilizar el teléfono para que no pudieran relacionarlas con su muerte. Salieron del aula como una exhalación y ordenaron a Carla que se deshiciera del aparato. Y el resto ya lo conocéis.

Hablando con Belén, mi compañera de despacho, que está especializada en procedimiento de menores, entre otras cosas, me explicaba que perfectamente podía haberles enviado a un centro de menores en régimen cerrado, es decir, sin salir, como una prisión, pero que debido al reconocimiento de los hechos, y siendo la primera vez que las condenaban, les pusieran la, digamos, “pena menos grave”, pero que si reincidieran, el juez ya no sería tan benévolo.

Belén sabe muy bien lo que es el acoso, lo sufrió en sus carnes cuando era jovencita en el colegio y el instituto. Muchos se metían con ella porque no era muy agraciada, según los cánones de belleza de algunos que no tenían otra cosa que hacer que ir contra el débil para compensar sus propias carencias. Lo pasó mal, pero lo superó porque fue una valiente y tuvo buenos amigos que la ayudaron.

Y yo, os voy a contar un secreto. Mi brazo derecho es ortopédico. ¿A que no se nota? Hoy en día hacen unas prótesis estupendas que parecen reales. Menos mal que soy zurdo, aunque me hubiera adaptado sin problema. Mi madre tomó talidomida en el embarazo, recetada por el médico, y yo salí sin antebrazo, con un muñón a la altura del codo. ¡Imaginaos qué bien lo pasé cuando era pequeño! Me encantaba que me dijeran manco, malhecho, tullido, y otras lindezas, y también me apasionaba que me hicieran un pasillo y empezaran a pegarme collejas y patadas. Menos mal que mis padres siempre estaban pendientes y me dieron todo su amor y cariño. Mis amigos del barrio, que también iban al mismo instituto, eran los mejores que uno pudiera tener. Me defendían a capa y espada y la verdad, es que les estaré agradecido siempre, como Velasco, que me ayudó en los momentos duros.

Siempre han existido la gordita, el cuatro ojos, la fea, el enano, el viruelas, el tonto. Siempre ha existido el acoso escolar, pero entonces no existían los medios policiales, judiciales y sociales que existen en la actualidad, y los medios de comunicación no se hacían tanto eco como ahora sobre esta situación.

Traemos a nuestros hijos para que sean felices, no para que pasen por el infierno de Edurne. No podemos ni debemos permitir que los niños y adolescentes sufran acoso, ni por parte de los mayores, ni por parte de sus compañeros. Hago un llamamiento, primero a los padres, que estén atentos a sus hijos, si ríen, si lloran, si lo pasan mal, que estén pendientes de sus cambios de humor, si cambian sus hábitos. Conocéis a vuestros hijos, y si no es así, es vuestro deber conocerlos, y actuar en consecuencia si tenéis la más mínima prueba de que están sufriendo acoso.

También a los centros docentes, educadores, celadores, cuidadores. Tenéis que velar por vuestros alumnos, intentando mediar en las disputas, y si no es posible, actuar según los protocolos que existen para estos casos. Sé que es mucha responsabilidad, pero para eso os preparáis, y la mayoría sois muy profesionales y pienso que el ser un buen educador es vocacional. Los padres ponemos en vuestras manos la educación y el bienestar de nuestros hijos en el colegio, es una relación basada en la confianza, y yo particularmente, os elogio porque, según mi criterio, realizáis uno de los trabajos más importantes en nuestra sociedad.

Amigos y compañeros de la víctima, no os calléis. Denunciad ante vuestro profesor la situación que habéis contemplado. Si no lo hacéis, dais alas al acosador, le hacéis más fuerte. Sed empáticos. No hagáis lo que no os gustaría que os hicieran a vosotros.

A las fuerzas de seguridad del Estado, jueces, fiscales, abogados, psicólogos, asuntos sociales, medios de comunicación, todos debemos luchar para que nuestros hijos vivan en una sociedad que les proteja, les apoye y promuevan su EDUCACIÓN con mayúsculas, porque es la base del respeto.

«Camino a la perdición»: DreamWorks y 20th Century-Fox.

 

Relato publicado previamente en el blog Crónicas de un Abogado de Oficio, Ficciones de la vida real, de la Asesoría Agemfis

Anselmo Carrasco
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Abogado. Crónicas de un Abogado de Oficio

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