El abogado del diablo

Anselmo Carrasco
Anselmo Carrasco
Abogado. Crónicas de un Abogado de Oficio

Curiosamente, mi compañera no es que fuera muy agraciada, según ella, porque yo siempre le he visto un atractivo salvaje que no sabría describir. Belén y yo nos conocemos desde la adolescencia, a través de Facundo, su pareja. Gabriel, uno de mis mejores amigos del que ya he hablado, era compañero de clase de ambos en el instituto. En aquella época nos ocurrió a todos algo siniestro y demoledor que merece una historia más larga, que quizá contaré en algún momento, pero ahora me centraré en lo que le pasó con un caso singular.

Belén también estaba en el turno de oficio, y una tarde la llamaron para asistir a una persona en la comisaría de un pueblo del sur de Madrid por un delito de lesiones. Cuando llegó, entró a la oficina situada junto a los calabozos, donde pasaban las declaraciones. El policía le explicó que hubo un altercado en un bar donde hubo dos implicados, que estaban bebidos y se pelearon. El dueño de la pequeña tasca trató de separarlos pero solo pudo echarlos del establecimiento y allí continuaron la trifulca. Alguien llamó a la policía y allí se presentó enseguida una patrulla que les detuvo y les llevaron a comisaría. Los dos tenían lesiones, por lo que les acercaron al centro de salud de la zona  emitiendo un informe médico de ambos.

El policía se fue a buscar a uno de los detenidos, y mientras tanto, mi compañera fue preparando la documentación que tenía que rellenar y firmar su cliente. Cuando le trajeron, vio que era un hombre de mediana edad, alto, muy delgado, todo magullado. Belén le vio con pinta de drogata, o haberlo sido en sus tiempos. Se saludaron, él se sentó a su lado y comenzó la declaración. El cliente, que se llamaba Ramiro, se acogió a su derecho a no declarar (se notaba que ya sabía el procedimiento, y Belén dedujo que no era la primera vez que lo detenían). Cuando terminaron, a mi compañera y su cliente les dejaron solos para la entrevista personal.

            – ¿Qué ha ocurrido, Ramiro? Cuénteme.

            – Nada importante. Nos pusimos a beber y me peleé con mi amigo por una tontería.

            – ¿Es algo habitual?

            – No, pero es que tenemos mal beber, pero somos colegas y no es nada que no podamos arreglar entre nosotros.

            – Bueno, mañana veremos en el juzgado. Ahora me tiene que firmar esta documentación para solicitarle la justicia gratuita. Decirle que si gana más de mil cien euros no se la concederán.

            – Ya, bueno. No se preocupe. Gano un buen sueldo, así que, si tengo que pagarle, no hay problema.

            Cuando terminaron la entrevista, se despidieron hasta el día siguiente. Ramiro se quedaría esa noche en calabozos hasta que pasara al día siguiente a disposición judicial.

El abogado del otro detenido todavía no había llegado, así que hablaría con él al día siguiente y ver si pudieran arreglarlo sin que salieran condenados. Según lo veía Belén, era una pelea de “mutuo acuerdo”, como quien dice, y como mucho, podría ser falta y no delito.

Al día siguiente, después de echar un vistazo al expediente, que no tenía nada nuevo, se le acercó una compañera que era la letrada del otro detenido. Le comentó que su cliente no tenía ninguna intención de declarar contra su amigo, a lo que Belén le respondió que el suyo tampoco, por lo que acordaron que no declarara ninguno con la intención de que absolvieran a los dos por falta de pruebas. Lo malo era el dueño del bar, que fue citado para declarar como testigo por la policía, pero éste era conocido de los detenidos y tampoco tenía ninguna gana de declarar, pero claro, no podía mentir, por lo que decidieron hablar con él para que les explicara cómo sucedió exactamente. Les dijo que dentro del bar sólo discutieron por tonterías, y les echó. Ya no sabe si fuera se pelearon o no, y así lo declaró posteriormente.

Llamaron a los detenidos, primero a Ramiro y luego al otro. No declararon y el dueño de bar declaró lo que sabía, es decir, nada que les incriminara. Posteriormente solicitaron el sobreseimiento y archivo provisional de las actuaciones, tanto ellas como el fiscal. Todo terminó con un auto que lo declaraba, pusieron en libertad a los detenidos y ahí terminó el asunto.

Como a Ramiro no le concedieron la justicia gratuita, un día quedaron en el despacho para abonar los honorarios a mi compañera, regalándola un pequeño detalle por lo bien que llevó el tema, y estuvieron un rato charlando.

            – Hace unos años yo tenía problemas con las drogas. Robaba para poder comprarme las papelinas. Estuve una temporada en la cárcel, allí me desintoxicaba, pero en cuanto salía empezaba otra vez el ciclo. Menos mal que mi familia me ayudó mucho. Entré en el Proyecto hombre y allí me curé definitivamente. Cambié de amistades, cambié de barrio y me ayudaron a encontrar un trabajo. Estoy colocado en una empresa que se dedica a hacer ventanas de aluminio, y tengo un buen sueldo. La verdad es que no me va mal – todo esto le explicó Ramiro a Belén, y ésta le escuchaba con paciencia. Mi compañera se caracteriza por saber escuchar a las personas y tiene mucha empatía, demasiada, y a veces se aprovechan de ella. Es una buenaza. Yo se lo digo muchas veces, “de buena pareces tonta”, pero no va a cambiar, es algo innato en las personas e incluso, hasta la prefiero así.

Ramiro pagó su minuta y le gustó tanto cómo trabajaba Belén que quedó con ella en que cualquier problema jurídico que tuviera la designaría a ella como su abogada. Y así quedaron. Belén no se lo creía mucho, los clientes prometen mucho y luego se queda en nada.

Al cabo de unos días Ramiro la llamó para una consulta de su comunidad de vecinos, pero me lo remitió a mí. Ella no controlaba esos temas. Era experta en penal y familia, pero no de comunidades. Hablé con él por teléfono y le propuse quedar al día siguiente en el despacho para la consulta, pero declinó la propuesta, con una excusa. Por su voz, parecía decepcionado, esa fue la impresión que me dio.

            No pasaron ni quince días cuando llamaron a mi compañera de la comisaría de Tetuán, en Madrid. Le dijeron que tenían un detenido que la había designado a ella como su letrada. Belén se extrañó y preguntó quién era, y le contestaron que un tal Ramiro Hortelano. Les dijo que sí, que en una hora más o menos se presentaría allí. Era buen pagador y no podía decir que no a un caso llovido del cielo, así que se preparó y se dirigió a la comisaría. La hicieron pasar a la oficina de denuncias, donde pasarían la declaración. Cuando Ramiro llegó, a éste se le iluminaron los ojos, supongo que por ver allí a la letrada que le iba a sacar de allí.

            – Hola Belén, gracias por venir. No quería ningún abogado de oficio, y a ti es a la única buena abogada que conozco.

            – ¿Qué tal, Ramiro? No te preocupes. Vamos a ver lo que ha ocurrido y luego hablamos.

El policía comenzó a aporrear las teclas del viejo ordenador. Parecía un águila tecleando con dos dedos. El agente le explicó por qué estaba detenido. Supuestamente había cometido un hurto en unos grandes almacenes. El guardia jurado que andaba por allí le pilló, llamó a la policía y le detuvieron. Ramiro se acogió a su derecho a no declarar. Les notificaron la fecha del juicio de faltas y le pusieron en libertad. Cuando se trata de una falta (ahora delito leve), detienen al imputado pero le sueltan en cuanto declara, no como en un delito, que suele pasar la noche en calabozos hasta que pasa a disposición judicial al día siguiente.

Cuando salieron, Ramiro invitó a tomar algo a Belén en la cafetería de al lado para contarle lo sucedido. Ella aceptó y estuvieron charlando sobre el suceso.

            – No sé, Belén. Vi esa cartera de piel que me gustaba tanto y no tuve más remedio que cogerla. La mala suerte que pasaba el guarda jurado por allí y justo me pilló. Pero esto ya no lo suelo hacer, te lo prometo. Ya me he reformado, pero no sé qué me ha pasado.

            – Así que no tuviste más remedio. Ay, Ramiro, ¿no ves que puedes meterte en un lío? – contestó Belén. – Mira, te seré franca, no quiero aprovecharme. En un delito de faltas no hace falta abogado, así que, es una tontería que vaya. No te gastes dinero, porque si voy te va a salir por un pico.

            – No, no. Quiero que me lleves el caso. A todo quiero ir con abogado, y quién mejor que tú, que ya sé como trabajas y te conozco, sé que eres honesta. Te pago lo que sea, sé que no me vas a engañar con los honorarios. Por favor, represéntame.

Belén accedió, cómo no, era un dinero que venía muy bien. Se despidieron hasta dos días después que quedaron en el despacho para preparar el juicio de faltas. Me contó lo ocurrido y a mí me extrañó un poco la actitud de Ramiro. Ya veríamos los acontecimientos, yo estaría ojo avizor.

Ramiro llegó al despacho a la hora convenida. Matilde le abrió y le hizo pasar a la salita de espera. Yo pasé a presentarme. Le dije que hablé con él por teléfono  para el tema de la comunidad de vecinos.

            – Ah, sí. Encantado. Vengo a ver a Belén por un tema que tengo pendiente, a ver qué tal.

En esto que llegó mi compañera, y observé que Ramiro la miraba de forma inusual, un tanto extraña. Yo tenía la mosca detrás de la oreja. No quería que el asunto se fuera de madre. El hombre entró en el despacho con Belén y allí estuvieron hablando sobre cómo llevarían el caso. Me puse a escuchar a través de la puerta, cosa que no debería haber hecho, pero temía por ella. Cuando Belén le explicaba el asunto, Ramiro parecía un corderito. A todo decía que sí y estaba de acuerdo en todo. La verdad es que clientes como ese, que hacen caso a todas las instrucciones de su abogado sin rechistar es una bendición, pero algo oscuro notaba yo, o quizá fallaba mi intuición. Yo creía saber lo que pasaba, rara vez me equivocaba con mis corazonadas. Me sonreí y me aparté para seguir con mis cosas.

Cuando Ramiro se fue después de una hora, me acerqué al despacho de Belén.

            – ¿Qué tal, Belén?¿Cómo ha ido la entrevista con tu cliente? – la pregunté de forma maliciosa.

            – Bien, ¿por qué?

            – No sé, ¿no has notado nada raro?

            – No. ¿A qué te refieres?

            – Nada, nada, si no te has percatado de ninguna actitud extraña no creo que pase nada que no sea habitual.

            – Sé claro, Juan Antonio, no te andes por las ramas. Ya sabes que soy un poco pánfila para eso.

            – No hace falta que lo jures – le respondí divertido. Belén no se caracterizaba por coger las cosas a la primera. – Ya se verá. Si tengo razón, te lo diré.

Me fui dejándole con la palabra en la boca, cosa que la irritaba y a mí me divertía.

En el juicio logró rebajarle la pena bastante y quedó en una pequeña multa que Ramiro no tenía inconveniente en pagar. Cuando salieron del juicio, éste quiso invitar a comer a Belén, pero ésta rechazó su invitación, no por nada, había quedado con su marido para comer, era su aniversario y así se lo hizo saber a su cliente.

            – No te preocupes – le contestó Ramiro -, te llamo la semana que viene y quedamos un día. Quiero invitarte como agradecimiento por todo lo que has hecho por mí.

            – No es necesario, de verdad – replicó Belén -. Yo sólo hago mi trabajo, y lo hago encantada. Clientes tan agradecidos como tú, la verdad es que hay pocos, y te alabo por ello. Pero de verdad que no es necesario.

Belén se despidió de Ramiro, y éste quedó un tanto decepcionado por la declinación, pero estaba contento por cómo trabajaba su letrada y estaba seguro de que volvería a llamarla cuando tuviera otro problema.

No tardó mucho. A la semana siguiente llamaron de otra comisaría a mi compañera para volver a asistir a Ramiro por otro hurto en otros grandes almacenes. Yo ya lo tenía claro, quería algo más de mi compañera aparte de los servicios jurídicos y así se lo hice saber.

            – ¡Anda, qué va a querer! – exclamó -. Simplemente sabe que trabajo bien y quiere que yo lleve sus casos. Es un buen cliente que no puede dejar de meterse en líos y necesita un abogado de confianza.

            – Sólo quiero que no tengas problemas – le expliqué -. Sabes que te quiero como a una hermana y veo algo raro en este hombre. No dudo de que sea buena persona, pero ten cuidado.

Belén trató de tranquilizarme diciéndome que sólo era un cliente más, que no me preocupara, y marchó a atenderle. Ocurrió más o menos lo mismo. Le condenaron a una pequeña multa que pagó sin problemas, y quedó al día siguiente con Belén en el despacho para pagar sus servicios. A la mañana siguiente vino al despacho. Yo antes advertí a Matilde que le hiciera pasar a la sala de espera sin decirle nada, y así lo hizo. Fui a buscarle y le invité a entrar en mi despacho. Cuando se sentó frente a mi escritorio preguntó por mi compañera.

            – Ha tenido que salir a hacer unas gestiones y hoy no va a estar en toda la mañana. Me ha pedido que le atienda yo y le expida la factura que ya tenía preparada.

Yo veía su cara contrariada por la situación pero aceptó, no tenía más remedio. Cuando recibí su dinero y le expedí el recibo y la factura, se disponía a irse, pero le rogué que charláramos. Volvió a sentarse, un poco a regañadientes, pero aceptó. Estuvimos hablando largo y tendido y descubrí a un gran tipo que había tenido mala suerte en la vida. Simpatizamos desde el principio y me contó lo que pasaba realmente, aunque yo ya lo sospechaba. Comprendió la situación, se despidió y se marchó.

No vi a Belén en todo el día. Estuvo toda la mañana en los juzgados y por la tarde tenía cita médica. Hablé con ella por teléfono y simplemente le informé de que Ramiro había venido a pagarla. Al día siguiente llegué temprano al despacho, pero Matilde, por supuesto que ya estaba allí, esperándome con un ramo de flores.

            – Gracias por el ramo, Matilde, no me lo esperaba – dije bromeando.

            – Ya quisieras. Es un ramo para Belén. Ha llegado a primera hora, y viene con una carta a su nombre.

Yo estaba deseando leer esa carta, pero no podía, esperaba que Belén me informara. Intuía de quién era y quedé un tanto receloso. A la media hora llegó mi compañera y vio el ramo. Me miró interrogante y yo abrí las manos como si no supiera nada.

            – Será de un admirador – le contestó Matilde sonriente.

Belén abrió el sobre y vio que era de Ramiro. Leyó la carta y puso cara extrañada.

            – Es una nota de agradecimiento y despedida. Dice que tú sabes lo que ocurre y que me lo cuentes, que para él es duro explicármelo. ¿Qué es lo que sabes?

Pasamos a mi despacho y comencé:

            – ¿Te acuerdas de Conrado? – le pregunté.

            – Sí, claro, cómo no me iba a acordar.

            – Pues Ramiro me recuerda muchísimo a él, pero Conrado corrió peor suerte.

            – Sí, fue una desgracia, pero hace ya mucho tiempo.

            – Conrado me salvó la vida y le estaré agradecido siempre. A pesar de su condición, era un amigo muy especial. Siempre estaba pendiente de mí y me defendía de los que se metían conmigo. Era una época muy mala en el barrio, y él cayó en la mierda de la droga, pero en fin.

            – Ya, pero ¿qué tiene que ver Ramiro con esto?

            – No, nada. Simplemente que me ha caído muy bien y me recuerda tiempos pasados. Es un buen tío pero empezaba a obsesionarse contigo.

            – ¿Cómo?

            – Ayer le hice pasar a mi despacho con la excusa de que me pagara a mí, tal y como me dijiste. Pero yo sabía lo que le pasaba y empecé a empatizar con él. Le comenté que, aunque le condenaran por faltas de hurto, al final podría ir a prisión si reincidía. Parece que le metí miedo con eso y entonces él me confesó que desde el primer día que te vio, se enamoró de ti, y tenía la necesidad de verte más veces, así que decidió robar en los grandes almacenes, para que le detuvieran y así poder llamarte con la excusa de que le defendieras. Y así podía haberse tirado mucho tiempo para poder verte. ¿De verdad que no notaste nada?

Belén se sonrojó avergonzada y me dijo que no, que lo veía como a un cliente más.

            – Yo lo noté desde el principio, cómo te miraba con esos ojitos, cómo decía que sí a todo lo que tú le decías, sin rechistar. Incluso Matilde se dio cuenta, se lo noté cuando nos cruzábamos las miradas en el momento en que venía Ramiro, pero no dijo nada, ya sabes que es muy prudente.

Ramiro no volvió a llamar a Belén. Comprendió que no tenía nada que hacer, y no se volvió a meter en líos, por la cuenta que le tenía. Tuvo la mala suerte de enamorarse de la persona equivocada. Son situaciones que no se pueden controlar, en cuestión de sentimientos, no tenemos capacidad de elección.

“El abogado del diablo”: Película distribuida por C.B. Films S.A.

Relato publicado previamente en el blog Crónicas de un Abogado de Oficio, Ficciones de la vida real, de la Asesoría Agemfis

Anselmo Carrasco
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Abogado. Crónicas de un Abogado de Oficio

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